Hace un mes que dejé el viejo hostal, en el que me alojaba habitualmente, por un apartahotel pagado por la empresa y, desde entonces, algunas cosas han cambiado:
Ahora ya no salgo cada mañana con la maleta como si no fuese a volver para, a eso de las 23:00, volver a llamar para reservar una habitación "por una noche". Ahora ya no me acuesto escuchando los sonidos, más o menos guturales, de mis vecinos de la habitación de al lado: No sé si tiene que ver con la diferencia de precio, que es mucha, pero los de aquí "hacen el amor", es decir, follan, si es que lo hacen, de un modo mucho más silencioso. Ahora ya no descubro, al llegar, ilusionado, qué canales tengo sintonizados (Canal +, Fox, AXN). Ahora ya no disfruto de las maravillosas obras de arte de "todo a cien" (perdón, "todo a un euro") que colgaban sobre los cabeceros de las camas del hostal (sirenas y ninfas en playas paradisíacas a la espera de su Conan el Bárbaro particular). Ahora ya no me encuentro cada mañana con la anciana del periódico. Ahora ya nada es lo mismo (y poco tiene que ver el apartahotel o el hostal en todo esto).
Desde hace más de un mes, casualidades de la vida que cambia sin avisar, la veo con otros ojos... me he vuelto, por decirlo así, más esencialista, es decir, que todo me importa tres cojones y por muchas vueltas que le doy sigo pensando que la vida, aunque te sonría mientras te hace el amor, es demasiado puta para mi gusto. El problema es que hay que seguir viviéndola porque la otra opción me apetece incluso menos (ya saben eso de "más vale malo conocido, que bueno por conocer").
Hace un rato, de camino al apartahotel, me fijé en una funeraria. Siempre está abierta e intento no pensar demasiado en las personas que están allí. Tienen historias demasiado previsibles (accidente, enfermedad, agresión... con resultado de muerte). Pero hoy fue distinto. Las puertas de la funeraria estaban cerradas. Lo primero en lo que pensé, tengo que ser sincero, fue en los trabajadores. Esas personas que viven de que otros suframos tienen una noche libre y saben que hoy, al menos, nadie está llorando la marcha de un ser querido. Pensé en esas personas que, cada noche, vuelven a casa conscientes de lo frágiles que somos, que, cada noche, vuelven a casa sabiendo que puede que el día siguiente no exista para ellos, que, cada noche, se vuelven, como yo, más y más esencialistas e intentan aprovechar cada segundo, cada minuto, cada año de los 80 que puede que vivamos, al máximo. Lo segundo en lo que pensé fue en el dueño de la funeraria que, mientras cenaba, quizás estaría pensando en qué sucedería si de pronto a todos se nos diese por no morirnos. Se imaginan... "¿Cómo está tu tatatatatarabuelo?"... "jodido del riñón, le estaban haciendo pruebas en el clínico, pero ya le han dicho que no se preocuope que no es mortal"...
Lo tercero en lo que pensé fue en el motivo real del cierre de hoy y entonces una duda me asaltó: ¿Qué pasa cuando una funeraria cierra por defunción?.